martes, 31 de julio de 2012

La novia de Chuki



La novia de Chuki nació en Lima, sí, en la Huaca de Mateo Salado, un lugar santo, pero no para los peruanos y menos para los limeños de hoy, menos aún en mi época escolar cuando íbamos a “correr perros” a ese paraje desértico en medio de la ciudad, un lugar que desde mi colegio se veía morir al atardecer, como parecía sería su fin, como el de otras decenas de montículos que aún recuerdan a la Lima que se estaba yendo, pero nunca se iba del todo, siempre algo la trae a mi mente, y esta no podía ser la excepción. 
Sí, la novia de Chuki nació en Lima.

En la Huaca los niños buscábamos alacranes o provocábamos a los perros que habitaban el lugar, animales que parecían poseídos por espíritus malignos de una épocas pre-incas, todos rabiosos, defendiendo el lugar de nuestras incursiones, de noche no era visitado por nadie, quizá algún borracho extraviado o algunos fumones para imitar a sus antepasados poniéndose en enajenado trance, así los lugareños de una barriada cercana para meterle miedo a los curiosos dicen que algunos de esos pordioseros nunca se les volvía a ver, otros decían que se convertían en los perros rabiosos y los más creativos decían que en insectos ponzoñosos...


Pero aquella noche húmeda de griposo otoño limeño eran cuatro menudas figuras femeninas las que invadían el lugar y llevaban consigo una caja y dentro de ella una muñeca, habían hecho una fogata con maderas, retazos de telas y cartones y se colocaron una en cada punto cardinal, quien pensaría que estas niñas, que no pasaban de los diez años cada una, recordaban a cuatro brujas malignas cuando sus sombras producto de las llamas se ensanchaban en los bloques de piedra que las escondían de cualquier curioso.


La muñeca era muy bonita, de cabellos rubios oro ojos celestes como un cielo serrano de pómulos tenuez sonrosados y labios pequeños como el botón de una rosa, ataviada con un vestidito de rojo de encajes blancos y zapatos rosas como una niña salida de algún cuento de Christian Andersen. Horas antes, por la mañana, la muñeca fue la conversación en los pasillos del colegio: un niño con unas flores, una carta de su puño y letra y la caja que lo superaba en tamaño, había llegado al colegio para hacer un regalo para el cumpleaños de una profesora se creía...¡sobón! ¡sobón! Le gritaron por ahí, sin embargo, poco después se sabría la verdad...

¿Para quién era tamaño homenaje? ¿para quién la carta, la muñeca y las flores? Cuando tienes 9 años no sueles pensar mucho en estos menesteres, tu juegas bolitas, lanzas objetos al mono de la laguna, tiras latas, pateas chapas, o cazas alimañas, ¿pero muñecas? Eso es para “mujercitas” decíamos. De hecho recuerdo el club exclusivamente masculino que formamos por esos días, el club “anti-menudo”, algo así como lo que sería hoy “el club anti justin bieber” donde rechazábamos cualquier comportamiento de ese tipo donde cualquier amaneramiento era pagado con un “callejón oscuro” con regla en el culo incluida; entonces las reglas eran: cero grupos de chicos cantando para niñas, cero bailar con chicas, cero prestarle algo a las chicas, cero jugar con ellas y cero muñecas.

¿Quién era este atrevido infante que descaradamente había violado las sagradas leyes de nuestro club anti-menudo? Se trataba de Francisco, un niño algo diferente, un niño poco común, de padres divorciados, un abuelo loco metido a científico, medio chileno y que a veces aparecía en el colegio con chullo, poncho y poco más y no venía comiendo cancha y maíz como los niños serranos. Y tenía dos particularidades más: era fanático de Gene Simons de los Kiss y debajo de la camisa siempre llevaba siempre llevaba, la misma, camiseta de Superman.


Entonces llegó al salón, depositó la ofrenda floral en el pupitre de la primera alumna de la clase, la veinte en todo, la flacucheta ojiverde que siempre bailaba cuando tenía que responder alguna pregunta en clase, luego como un jefe de marketing coloca los jugos al lado de los frutos secos o el champú de spiderman al lado de la cosmética de mamá, estratégicamente el muchacho colocó la muñeca envuelta en fino papel de regalo y pegó a un lado de la caja la carta que la noche anterior había preparado y declamado en la soledad de su habitación y había rociado de perfume de floripondio para que cause el mayor impacto posible en la receptora de tamaña declataroria del más puro amor, ese que inocente que todos destilamos alguna vez y callamos por vergüenza y nuestro púber quijote se atrevió a demostrar en la plaza más peligrosa para este tipo de menesteres: nuestro salón de clases...

Lo que ocurrió luego fue melodramático, casi trágico, de no ser porque los profesores de educación física intercedieron ante la rotunda negativa de la flacuchenta de recibir el obsequio y la carta aún, es que ni se molestó en mirar nada, simplemente apartó de su asiento, como si se trataran de polvo los regalos y empezó a repasar la clase de la semana siguiente como si nada, ante la mirada atónita del resto de sus compañeras, hasta a una que se atrevió a increparle su actitud le respondió: si tanto te gustan ¿por qué no te los quedas tú?, y claro, la niña se los llevó muy contenta ella...

El corazón de un niño de diez años roto, apartado, despreciado, y la carta ahora era leída por todos, entre risas y empujones, y el niño a un lado con la cabeza metida entre las rodillas que de cuando en cuando asomaba para ver como sus flores eran descuartizadas y la muñeca apunto de ser subastadas por estos demonios a los que creía compañeros de clase...

Sin embargo en medio del vergel, los profesores de educación física le quitaron la muñeca, las flores que quedaban y la carta arrugada a la jauría y amenazaron a la desdeñosa que si no aceptaba los ya ahora objetos con su valor en caída libre sería severamente amonestada y podría perder por esos puntos menos el privilegiado primer lugar que ostentaba. Ante eso, no le quedó más remedio que claudicar su actitud y negociar, aceptaría uno de los regalos: la muñeca, el resto no, porque no está en edad de recibir ni flores ni cartitas de amor. Buena salida, punto para la chiquilla.

Pero claro ya todo estaba maquinado para el triste fin de la muñeca rubia. La flacuchenta piernas de alicate ya había comunicado en clave a sus más cercanas mercenarias a quienes pagaba con ayudas en las tareas y les dejaba copiar de sus exámenes el rito al que sería sometida la muñeca para que hombre alguno se le acerque (al menos en unos años, ya le darían su vuelto luego, pero esa es otra julfidés), así que velas y linternas en mano se fueron por la noche a la Huaca, a aquel otrora centro ceremonial de tiempos inmemoriables anteriores a los Incas, y entre las paredes de lo que quedaba de ese emporio pagano rociaron de alcohol medicinal a la muñequita de rizos dorados de zapatitos negros y roja vestimenta la cubrieron de papeles, cartones, telas y todo lo inflamable que habían conseguido de sus casas y con una cerilla encendida le prendieron fuego...terminada la ceremonia, se abrazaron y se fueron a la casa de la flacuchenta a una fiesta de pijamas que había preparado con golosinas a todo dar y revistas “Tú” para llenarse los ojos con el galán de turno, así entre risas se fueron desplazando sus sombras y el fuego se quedó ardiendo hasta consumirse y quedar la noche sola y el ruido de alguna rata husmeando los restos de la desgraciada muñeca rubia...


Es a partir de entonces que los vecinos aledaños a la Huaca de Mateo salado dicen que cada cierto tiempo algún pastrulo o fumón o mendigo que no tiene donde dormir aparece muerto y este aparece con restos de cabello rubio pegados al cuello y con signos de haber sido torturado y quemaduras por doquier...algunos ex delincuentes de la zona con aparentes signos de locura dicen haber visto caminar de noche a una niña muy pequeña de rizos con el vestido rojo en llamas y media cara chamuscada...¡ni al Spawn le pasó esto!

3 comentarios:

Renzo dijo...

Jajajajaj q buena!!!

Renzo dijo...

JAJAAAAAAAAAAAAAAAAA q buena!!

cesar acuña dijo...

Q BUENA HISTORIA